Debo reconocer que desde que vi la primera adaptación cinematográfica del libro de H.G. Wells, “La máquina del tiempo”, me he vuelto un fanático de películas de viajes en el tiempo y bucles temporales. Desde "Interestelar", pasando por "12 monos", “El día de la Marmota”, "Midnight in Paris" y la trilogía de “Volver al futuro”, he visto prácticamente todas.
Es que el recurso narrativo del bucle temporal es utilizado con frecuencia en el cine, y la mayoría de las veces resulta difícil sorprenderse por el enfoque repetido. Pero con “Más allá de los dos minutos infinitos”, una película japonesa de bajo presupuesto y filmada con un celular en tan sólo siete días, nos muestra los viajes en el tiempo desde un ángulo ingenioso y diferente.
En esta comedia de ciencia ficción, el dueño de un café descubre que el monitor de su computadora personal muestra lo que sucederá dentro de dos minutos desde la perspectiva de un televisor en el café. Pero como querían adelantarse mucho más de dos minutos en el tiempo, los protagonistas colocan a la computadora frente al televisor, creando el denominado efecto Droste que les permite a los personajes ver varios minutos hacia el futuro.
Y no cuento más para no estropearles la película que, al menos para mi, es entretenida y recomendable.
El efecto Droste es una imagen recursiva, una técnica artística en la que se pueden observar multiplicidad de repeticiones de algo y su entorno hasta el infinito. Si bien técnicamente no es lo mismo, se lo puede considerar como un fractal.
Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica se repite a diferentes escalas. Podemos considerar fractales naturales a las nubes, los copos de nieve, las montañas o el sistema circulatorio, entre otros.
Pero en el caso del efecto Droste, es una misma imagen dentro de una imagen que está dentro de otra imagen a su vez dentro de otra imagen y así en una repetición infinita. Cada imagen incluye una versión más pequeña de sí misma dentro de ella, que parece no tener fin, lo que supone una experiencia visual única.
Su nombre proviene por ser el efecto incluido en el envoltorio de un cacao de la marca holandesa de alimentos Droste a principios del siglo XX. En la parte frontal de ese paquete de cacao, se observa a una niñera que tiene una bandeja donde aparece la lata de cacao que tiene a su vez en la portada a la misma niñera con una lata de cacao, en una secuencia que se repite hasta el infinito.
Es prácticamente imposible que alguien desconozca ese efecto. Queen lo utilizó en Bohemian Rhapsody, pero también lo podemos hallar en cuadros, dibujos o caricaturas donde el personaje parece desvanecerse en una infinita repetición de sí mismo y su entorno. Lo más probable es que alguna vez lo hayas hecho al apuntar una cámara a un monitor, lo que dispara una secuencia de repeticiones sin fin.
Técnicamente, no hay límite para el número de iteraciones. El efecto Droste suele realizarse en la práctica mientras la resolución le permita distinguir un cambio consecutivo. Por eso el arte digital a llevado a este efecto a otra dimensión.
La filosofía y el arte han asociado el efecto Droste a conceptos y simbolismos diversos, entre los que destacamos: